Las disidentes hemos pasado nuestras vacaciones con sinsabores. Hoy escribo desde la sorpresa y la indignación. Hemos vivido una serie de situaciones violentas que me han llevado a pensar hasta qué punto en este mundo uno depende de los puntos de vista, de las opiniones y de los interpretaciones de los demás. Me parece que la violencia que vivimos en este sistema patriarcal es muy grande y que no se trata de violencias de los hombres sobre las mujeres, se trata de una violencia sistémica en la que se han logrado leyes para proteger a las desprotegidas pero a veces, de una forma sumamente perversa, hay quienes utilizan las leyes o medios de comunicación, como las redes sociales, para desprestigiar a una persona por una cuestión de despecho, por una amargura incontrolable, por un duelo mal elaborado, que desde mi punto de vista es algo que debería quedar entre dos personas, en la intimidad de los amores, de los desamores y los odios, en los oscuros rincones de nuestros cajones de tristezas y las alegrías.
El feminismo de los setenta nos dice que lo personal es político, a veces lo personal es solo de dos, es solo de esos cajones y aunque es político, lo político a veces es el silencio y la intimidad. La forma en la que terminamos nuestras relaciones tanto de formas prudentes o incongruentes, es íntima y solamente eso, nuestros enojos en estas separaciones son un sentimiento, una forma más de nuestros afectos, que yo reivindico como esencialmente importante, ya que contienen una fuerza tan poderosa que deberíamos saber usar para exigir nuestros derechos, para buscar formas de protesta, para levantarnos y decir: ¡no es justo! Pero nunca para crear una protesta, del dolor, del despecho, de las tristezas logradas a través de mentiras y manipulaciones, que solo se conciben mediante el rencor.
Las disidentes somos un colectivo que busca cuestionar las relaciones sociales de todo tipo, incluso las violentas, las que vivimos a través de la reflexión y el pensamiento. Una de las cuestiones que más nos importan, en las que más hemos trabajado, es que el género y el sexo no son una cuestión de opresor y oprimido, la violencia no viene de un solo lugar, viene de un sistema que nos oprime y que nos hace vivir en la violencia y utilizarla para obtener algún tipo de ganancia secundaria, para imponerse al otro o simplemente para sobrevivirnos.
Nos enfrentamos con una realidad que va mucho más allá de que “los hombres son victimarios y las mujeres son víctimas” creo que las mujeres debemos dejar de ser víctimas y ante todo debemos ser fuertes y verdaderas. Si en una instancia legal, ante un juez y una abogada una mujer llora, ríe, coquetea, amenaza, todo ello como una víctima, y todo ello para lograr sus cometidos perversos, para desquitar su dolor, para manipular a su conveniencia y acusa a gritos sin medida y sin control, ella, esta mujer, está jugando al sistema patriarcal, lo aprovecha y utiliza, le está dando fuerza, lo está encarnando, lo está haciendo cuerpo, su cuerpo, ella es en sí el sistema que la oprime. Si un grupo de feministas apoya a esta mujer sin una prueba, o una reflexión, si la apoya como una mera inercia de enojo y agresión, sin siquiera preguntarse si existe la versión del otro, de los otros en cuestión, sin tratar de entender más allá, lo único que está logrando es darle más fuerza al sistema, a ese sistema patriarcal y machista que tanto están intentando cuestionar pero que tanto están logrando perpetuar y esto solo porque al darle voz a una supuesta “víctima-mujer”, al darle una voz sin análisis y sin un cuestionamiento a la verdad o mentira en sus palabras está reproduciendo un sistema perverso y están siendo el patriarcado mismo, lo está encarnando sin ni siquiera cuestionarse o darse cuenta de ello.
Los grupos de feministas que luchan con un fin común que es de transformar nuestra sociedad de discursos y violencias estandarizadas dirigidas desde el patriarcado, deben consultar y preguntar a sus pares, verificar sus fuentes, corroborar las versiones, todo ello antes que escuchar acusaciones o emprender una cacería de brujas, contra individuos o incluso contra otros grupos de feministas con gran trayectoria de trabajo y reflexión.
Tiene para mí más valor un hombre que se enfrenta al sistema establecido y lo cuestiona que una mujer que encarna al sistema machista y patriarcal solamente para obtener beneficios a su favor, fingiendo ser una víctima, abusando de un grave problema social, haciendo un mal uso de las miles de luchas históricas de las feministas para lograr un fruto egoísta que solo la beneficia a ella. Seguramente el sistema nos hará creer que el hombre es el agresor y la mujer la víctima, y si no somos capaces de ver más allá de nuestra ceguera social, de nuestra cultura patriarcal, no nos daremos cuenta que detrás de estas etiquetas hay muchísimas más cosas que deberíamos cambiar, que debemos transformar. El sujeto que intenta deshacerse de las etiquetas y cambiar las cosas es uno que va más allá de ese feminismo de estado o de esa victimización, en palabras de Beatriz Preciado:
Este nuevo proletariado farmacopornográfico es un sujeto económico que produce plusvalía sexual (y no simplemente espermática) y toxicológica, y es también un nuevo sujeto político: no porque pueda encarnar la promesa del feminismo (traicionada por los feminismos liberales y estatales antipornográficos, abolicionistas), del movimiento queer (traicionado por los movimientos homosexuales y transexuales, y por sus alianzas con los poderes médicos, jurídicos y mediáticos) y de los movimientos de medicinas no alopáticas y de liberalización consumo de drogas (traicionados por los acuerdos farmacológicos y amenazados por las mafias estatales y por el tráfico de drogas), sino porque emana directamente de los detritus de estos sujetos políticos malogrados. Crece sobre su estiércol revolucionario.[1]
Los feminismos liberales me han traicionado y espero crecer sobre el estiércol.
[1] Beatriz Preciado, Testo yonqui, Espasa Calpe,Madrid, 2008, p.208.
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Gracias por este texto Disidentes, me recuerda a Moraga cuando nos pide pensar en cuáles momentos hemos sido las opresoras. Y este texto, Raggi, me dice que cuando se es opresora, se está del lado de un sistema patriarcal; a la vez que se encarna el poder para la satisfacción individual más no colectiva, más no participativa. Creo que estas acciones son respuestas a las opresoras, o a los opresores que han olvidado las situaciones en las cuales el poder escapa de sus manos y les ha permitido verse, ante el espejo, como el árbol más seco que llora.
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