«La cultura occidental ya no está marcada por los valores morales y religiosos». Con esta afirmación se libra occidente de un lastre para el progreso y la evolución del mundo. Asistimos a una estetización generalizada: el diseño, la belleza, la estética (así, en singular), las artes de vanguardia, la línea, la imagen. Los nuevos amos creen haberse desentendido de la moral, se ríen de los curas y de la derecha, y se complacen en sus últimos modelitos porque son bellos, y de calidad (no son horteras).
Se puede apreciar una relación entre el arte y la religión: el juicio estético (esto es bello, aquello es feo) es en última instancia un juicio moral (esto es bueno, esto malo).
¿Por qué tenemos necesidad de ver el mundo juzgándolo (moral y estéticamente)?; ¿es posible no verlo de esas formas? Se pueden dar dos respuestas -al menos-. La primera asume que esos juicios formarían parte de nuestras formas necesarias del entendimiento (como para Kant el espacio y el tiempo son categorías de la percepción, y no cosas en sí independientes del sujeto); esta explicación se remite a una forma «natural» o «innata» del sujeto (trascendental), con lo cual se elimina el problema de ver el origen de esos valores.
La otra respuesta es algo más provocadora: los juicios morales y estéticos son arbitrarios, y se imponen algunos de ellos por medio de distintas técnicas de dominación: los expertos del buen gusto (los críticos del arte y de la moda), del bienestar social (los sociólogos), del equilibrio mental (psicólogos y psiquiatras), de la sexualidad verdadera (sexólogos), de la buena educación (pedagogos), configuran el nuevo orden, el estilo. Pero lo más intrigante es plantear por qué necesitamos asumir esos criterios (esto es hortera, esto tiene clase, estilo, buen gusto). Se puede llevar la crítica más lejos planteando que no hubiera nada hermoso ni feo: incluso las obras de arte, los clásicos, también serían producto de ese proceso.
Del mismo modo que no hay fenómenos morales en la naturaleza, sino tan sólo interpretaciones morales de fenómenos (Nietzsche), supongamos que no hay objetos bellos, sino sólo interpretaciones estéticas de los objetos. Al hacer esta distinción podemos empezar a estudiar cómo se configuraron esos modos de interpretar, y también por qué nos adherimos personalmente a unos o a otros. Habría que desentrañar el paso del gusto personal al juicio «objetivo»: esto me gusta (deseo)= esto es bueno/bello (moral, estética). Según Spinoza «no deseamos las cosas porque son buenas, sino que las llamamos buenas porque las deseamos».
El buen gusto también tiene historia, y fieles.
*Vulgar y de mal gusto, de carácter ordinario
Fuente: http://www.hartza.com
Muy lindo y contradictorio a la vez, visto que han tenido que nombrar dinosaurios com kant, nietzsche, spinoza… 😉 De todas maneras asemeja mucho a mis pensamientos…. Una maravilla!
Ahhhhh!!!!! que alivio!!! hace tiempo que me tiene aburrida el imperio del buen gusto… parece q fuera la medida suprema a la que todo debe adaptarse, eliminando de esa forma todo lo que de personal tienen los espacios, cosas, ropas, etc.
En Chile por ejemplo se tiene tanto aprecio por el buen gusto que todo es empalagosamente estètico… como q se fuè todo rastro de cultura popular, de ser nosotros mismos, deliciosamente kistch, cursis, sudacas, como sea o todo esto… pero vivos! consiguen asi que todo sea igual, homogeneo, que tengas que ir a comprarlo todo de nuevo cada cierto tiempo, q dè lo mismo estar en Bogotà, en Lima o en Santiago… peor aùn todos quieren aparentar q estàn en… donde serà la meca del buen gusto?
Asi que yo, colombiana en Chile, hace rato q digo: guàcala el buen gusto!