Prière d’insérer (se ruega insertar) por Paco Vidarte

Publicado en: Volubilis. Revista de Pensamiento. nº 3, Marzo 1996. UNED. Melilla.

«Escribir quiere decir injertar. Es la misma palabra. El decir de la cosa es devuelto a su ser injertado. El injerto no sobreviene a lo propio de la cosa. No hay cosa como tampoco hay texto original»[1].

Cualquier lector un poco familiarizado con la deconstrucción está acostumbrado a una peculiar forma de lectura y escritura, realizada desde los márgenes de lo que habitualmente se considera lo fundamental del texto, el núcleo fuerte de una obra, difícil de delimitar por otra parte, pero que más o menos viene a coincidir, si nos guiamos por la tipografía y criterios de edición, con todo aquello que en un escrito no va en letra pequeña, ni como nota a pie, exergo, apéndice, prólogo, etc., ni menos aún en la contraportada o incluso en las solapas de la cubierta. Tradicionalmente, frente a los capítulos centrales de un libro, todo lo demás, el resto, no se considera sino como añadido suplementario, accidental, en el límite incluso prescindible, a lo que de por sí ya es una totalidad de sentido completa, cerrada y autosuficiente. La deconstrucción, mediante el gesto singular de abordar los escritos precisamente por lo que otras lecturas descuidan, pone en obra una concepción del texto trabajado por la diseminación, como intertextualidad abierta, entretejido de citas, referencias, reenvíos a otros textos, donde toda delimitación estricta entre un adentro y un afuera, un núcleo y una periferia, una esencialidad y una accidentalidad quedan desdibujadas en la infinita heterogeneidad textual, donde la significación, las lecturas, se abren a una pluralidad sin límite.

La escritura como injerto generalizado de unos textos en otros, rompe toda jerarquía, toda relación de secundariedad entre un injerto y otro, deshace la idea de un texto cerrado en la idealidad de su querer decir propio, cuya relación con la textualidad circundante no fuera sino accidental, acceso­ria, suplementaria. Pues precisamente la noción de suplemento, si bien implica la añadidura de algo que viene a incrementar, enriquecer una plenitud precedente, del mismo modo, el suplemento es lo que suple, reemplaza, se coloca en lugar de, substituye aquello a lo que supuestamente sobreviene del exterior, introduciéndose como compensación de una falla, una carencia que se descubre en lo que en un principio parecía en sí mismo completo. El suplemento tiene lugar allí donde algo no puede colmarse por sí mismo. Sin añadir nada realmente, denuncia un vacío, una fisura, una totalidad no cerrada.

Es de este modo, siguiendo la lógica de la suplementariedad y el injerto, como los márgenes del texto adquieren en la escritura derridiana una especial relevancia dentro de la estrategia deconstructiva, debiendo contarse entre ellos, junto a los enumerados anteriormente, la práctica textual de las separatas que con frecuencia aparecen entre las páginas de algunos libros, encabezadas con la leyenda «Se ruega insertar» (Prière d´insérer), y que de modo singular encontramos en algunas obras de Jacques Derrida[2]. Por lo ya expuesto podrá deducirse sin dificultad el carácter no inocente de este procedimiento de escritura, y la necesidad de no pasarlo por alto en la lectura de los textos donde aparece, dejándonos por el contrario sorprender por el extraordinario rendimiento filosófico de este gesto, este guiño hecho al lector, que en ocasiones muy bien puede suplir la obra que tiene entre manos, en una inesperada solicitación de la jerarquía tradicional, que no lo contempla más que como una simple adherencia al texto del que ni siquiera físicamente forma parte[3], tardíamente sobrevenido a una encuadernación ya terminada.

Leer, escribir, insertar/injertar

Leer implica siempre una actividad por parte del lector, un compromiso, un pillarse los dedos con los hilos del texto, no un añadir arbitrario que rompiera la costura, tampoco «se trata de bordar, a menos que se considere que saber bordar es también saber seguir el hilo dado. Es decir, para que se nos siga, oculto«[4],menos aún un respeto tan desmesurado por el texto que impidiera entrar en su juego y poner en él algo propio. Lectura y escritura se implican mutuamente como momen­tos de una misma operación de injerto. Y es que no se puede injertar no importa qué en no se sabe dónde si pretendemos tener algún éxito en el proceso. No todo vale. Sin embargo es preciso añadir, injertar, para que la lectura no resulte inútil, baldía: «Recíprocamente ni siquiera leería aquél a quien la «prudencia metodológica», las «normas de la objetividad» y «los parapetos del saber»le coartasen para poner algo de su propia cosecha«[5].

«Se ruega insertar» parece pues la formulación más económica de aquello que implican tanto la lectura como la escritura. Es por una parte, una invitación dirigida al amigo, a aquel que puede hacerse amigo leyendo, añadiendo un post-scriptum, una contrafirma, esenciales al texto mismo. Invitación -que instituye quizás una deuda, un deber, un compromiso- a la que hay que responder, con un silencio, declinándola o aceptándola en una decisión responsable. En todo caso, si acep­ta­mos, no será de cual­quier modo, habremos de seguir el hilo, confeccionar una nueva separata para insertar ¿cómo? ¿dónde? Escribir-leer otro texto a su vez cabeza de lectura para otros múltiples textos[6], móvil, desplazable como la separata, fácil de injertar entre las páginas de cualquier escrito por no estar cosida definitivamente a libro alguno como «La lectura ejemplar», susceptible por tanto de coserse en cual­quier otro. Por otra parte, es la puesta en obra de un ejercicio de lectura acontecido al escrito, que lo reinventa après-coup, dándolo a leer, pues «añadir no es aquí sino dar a leer»[7], ni anterior ni posterior a él, ejemplo iterable de una lectura que es escritura, en un gesto idéntico desdoblado, de una performatividad ajena a toda prio­ridad o anterioridad cronológica que convierte a la separata en el eco  del texto, adquiriendo éste a su vez recíprocamente, una nueva resonancia que lo proyecta como eco hacia su eco, hacia otros textos-ecos. Pues en efecto, como veremos, las separatas introducidas en los textos de Derrida ponen en marcha el decir del escrito, un decir que es también un hacer; situándose en el doblez entre escritura y lectura, redoblan performativamente el decir de la obra. En ello consiste su costura.

Ensayo sobre el nombre

La primera de las Prière d’insérer que vamos a comentar se encuentra entre las páginas de Passions,Khôra y Sauf le nom, tres ensayos de los que se dice en la separata idéntica incluida en ellos, que cada uno «forma una obra independiente y puede leerse como tal«[8], a saber, sin que sea necesario tener presente en cada lectura los otros ensayos, ni siquiera la Prière d’insérer. No obstante su diferente origen y fecha de redacción, los une una misma temática: la reflexión sobre lo que implica el acto de dar un nombre, de lo que se entiende por nombre, hecho que posibilita y aún hace conve­niente su publicación conjunta en un mismo formato, apuntándose la posibilidad de englobarlos bajo el título común de Ensayo sobre el nombre. En apariencia no se hace otra cosa en este escrito que darnos una breve contextualización de las obras que en cierto modo explica su génesis y su posterior publicación formando una especie de trilogía, una síntesis coherente dada su afinidad temática. En otras palabras, la Prière d’in­sérer se nos ofrece como contexto general de lectura, desafío evidente para la deconstrucción. Mas prestemos atención al lugar de inscripción de dicho contexto, a saber una separata. ¿Qué le puede ocurrir, qué le puede suceder, cuál es la destinerrancia de una hoja suelta metida entre las páginas de un libro sin otro víncu­lo que la una a él más que su poder (no) estar insertada? ¿Qué le sucederá asimismo al contexto que porta, cuyo destino le queda indisolublemente unido, al modo como «la estructura técnica del archivo archivante determina también la estructura del contenido archivable«[9]?

Una separata forma y no forma parte del libro con el que viene adjunta. Puede desprenderse de él sin violencia, no estando pegada, cosida, encuadernada, como cualquier otra página (incluso lleva numeración propia). En ello reside su peculiaridad. No tiene lugar propio, por lo que su lugar está en cualquier parte, entre cualesquiera páginas, cambiando de ubicación indefinidamente, saltando de un capítulo a otro, de un libro a otro, pudiendo perderse irremisiblemente. Una Prière d’insérer nunca llega a destino, no tiene trayectoria propia, no puede desviarse, su lugar se encuentra allí donde (no) está. Vaga­bunda, errante, intenta poner freno a su inmotivado devenir con una súplica: «Se ruega insertar». Como el contexto. Un contexto que ya nunca más puede ser pensado como una suerte de absoluto hors-texte que le diera sentido al texto necesitado de él, pues convertido en Prière d’insérersu autonomía parece desfallecer hasta correr el riesgo del aniquilamiento, del sinsentido, de la desaparición, la pérdida sin resto, si no es insertado a su vez en el texto (metamorfoseado en contexto de la separata, respecto de la cual se constituye en una «obra independiente que se puede leer como tal») al que pretendía «dar lugar», «dar sentido», darle lo que él precisamente no tiene, lo que ningún texto tiene en pro­pio. El contexto tiene lugar insertándose en cualquier otro texto, un afuera que pide inscribirse en un adentro; el texto tiene lugar insertándose en el contexto, un adentro que pide inscribirse en un afuera: la intratextualidad del contexto, la textualidad del contexto como texto el cual y en el cual «se ruega inser­tar», difumina, invagina, hace indecidible la frontera, los bordes entre texto y contexto, entre un dentro y fuera del texto, pues todo escrito -ni interior ni exterior- no es sino un extraordinario double-bind que da lugar sin tenerlo, destru­yendo toda ontotopología, o lo que es lo mismo, da la doble orden, invitación y súplica de «se ruega insertar», que lo hace a la vez madre acogedora, Khôra y huérfano sin hogar.

Por otra parte, la Prière d’insérer es portadora de otro gesto no menos relevante que el anterior. Como vimos, en ella se reúnen formando unidad tres ensayos que en apariencia no tienen por qué formar una trilogía en modo alguno. No obstante, en razón de la hoja que en ellos se adjunta, las obras van a quedar ligadas no sólo por compartir una misma temática, sino por verse renombradas, rebautizadas en la separa­ta, con el nombre común y propio de Ensayo sobre el nombre. Se reproduce así el gesto sobre el cual van a girar los tres ensayos: ¿qué ocurre cuando se da un nombre? ¿qué se da realmente? ¿acaso al dar un nombre no se da lo que no se tiene? ¿qué hace del nombre propio un sobre-nombre (apodo)?

La inagotable riqueza del nombre dado por la Prière d’insérer, aquello que precisamente no tiene nombre propio (quizá genérico), a lo que sí lo tiene: PassionsSauf le nomKhôra, nombre sobre nom­bre, nombre común, apodo, sobre nombre propio, nombre propio sobre nombre propio, siempre sobrenombre, desborda todo comentario, se desborda hacia el comentario que constituyen los tres libros acerca del guiño que se reali­za en la separata, en una implicación mutua, un incesante reenvío dentro del gesto global performativo-constativo que supone la totalidad no totalizable, innombrable, apelando siempre a un nuevo sobrenombre común-propio que «hace falta», de los ensayos que constituyen lo que se ha venido en apodar Ensayo sobre el nombre. Nombre que es dado y portado, no por los que supuestamente serían sus portadores, sino por la Prière d’insérer. Nombre que puede subsistir en ausencia de su portador, separa­ble de él hasta el punto de sobrevivirle, de poder advenirle a otros portadores. Nombre asimismo él amenazado de desaparición, que nunca está «a salvo» en su vertiginosa circulación de un texto a otro, en su particular restancia. Advenido de ningún lugar, ni interior ni exterior a su portador, se le impone a éste con la rotundidad ¿violenta? de una Prière, de un ruego «¿Y quién puede hacerse cargo de portarlo en la responsabilidad[10].

Glas

 «El fin del prefacio, si éste es posible, es el momento a partir del cual el orden de la exposición (Darstellung) y la cadena del concepto, en su auto-movimiento, se solapan según una especie de síntesis apriori: (no) más separación entre la producción y la exposición, sólo una  presentación del concepto por sí mismo, en su propia palabra, en su logos«[11].

El papel del prefacio no es otro que el de hacer presente, manifiesta, la venida de un texto futuro cuyas líneas genera­les, conceptos claves, anticipa, acerca, haciéndose pasar ficticiamente por previa la redac­ción de lo que no es sino un post-scriptum, escrito con posterioridad al texto mismo que repre­senta, y cuya lectura a la postre no podrá sustituir, reempla­zar, ni siquiera introdu­cir, sino que al con­tra­rio, lo volverá a él mismo absolutamente prescindible, será reabsorbido dentro del marco general de la comprensión del texto. Una vez leído, el prefacio -prólogo, presentación, advertencia, preámbulo, prolegómeno, Prière d’insérer– parece tender necesariamente a su propia disolución, a la desaparición sin resto de lo que constituye desde el inicio una exterioridad, un suplemento accesorio, inútil, molesto, a la absoluta presencia a sí del con­cep­to, que en principio no necesitaría de tales ayudas para su auto-presentación. La Prière d’insérer muestra ejemplarmente la paradojade un texto escri­to cuyo fin -a la vez el mejor y el peor que le puede acontecer a todo texto- no es otro que el de su desa­pa­rición lo más pronta posi­ble y sin dejar ras­tro. La estructura auto-presentativa del concepto en Hegel exige la biodegradabilidad[12]  de la separata (aunque con la reser­va funda­mental de no acep­tar unabiodegradabilidad textual generalizada que afectase al propio concepto, él mismo no-biodegradable): no debe haber nada anterior ni exterior al concepto. Ello no sólo sería inútil, sino imposible.  No obstante he ahí nuestraPrière d’insérer para introducir Glasfísicamente separada del libro como exterio­ridad aún más visible y señala­da que la de una intro­ducción convencional; negatividad más difícil pues, por gozar de mayor autonomía, de ser reabsorbida, integrada, asimilada sin dejar resto; escurridizo pre-facio, que nunca da lugar a un verdadero comienzo, tan pronto previo, como simultáneo, como posterior al texto, lo mismo inte­rior que exterior a él dada su movi­li­dad extre­ma, jamás hace las veces de incipit absoluto; Prière d’insérer que pone físi­ca­mente en obra, su no tener lugar en la economía del texto hegeliano, burlando la ley sin transgre­dir­la, tiene lugar sin tener lugar, escapándose siem­pre a la fagocitación del concepto; desde su adentro, su estar insertada, se abre para acoger, para dejar que se inserte en ella el concepto mismo.

El gesto de la separata es doble, en tanto Derrida, como Hegel, no cree en la posibilidad del prefaciocomo tal, hecho que los acerca en la misma medida que los aleja; partiendo uno y otro de premisas teóricas absolutamente diferentes -imposibilidad de impedir a cada paso el desbordamiento contextual por obra de la diseminación frente a la absoluta determinación del contexto por la saturación del sentido- llegan a una misma conclusión: «nada precede absolutamente la generalidad textual. No hay prefacio, programa«[13]. Ello permite asimismo la proliferación indefinida de efectos de sentido del juego que la separata introduce como simulacro de prefacio, desorganizando, minando desde dentro todo el juego de oposiciones metafísicas que permitían y prohibían simultáneamente pensarlo. Mostrándose al mismo tiempo como el más fiel y el más infiel, el más fiel por ser el más infiel ejemplo posible -el doble­- de lo que tradicionalmente se considera el deber ser de una introducción, un preámbulo, aquí no proscrito idealmente como imposible fuera del texto, sino llevado al límite, revela en su necesidad, su carácter de resto inasimilable por una interioridad ideal (bien entendido que negar el fuera del texto no conduce necesaria­mente a la inmanencia de una escritura presente a sí misma, sino a pensar de otro modo la noción de límite, de exterior e interior, etc.), una otra lógica muy distinta de la especulativa, irreductible a ella: «No hay más que texto, no hay más que fuera-del-texto, en resumidas cuentas un «prefacio incesante» que hace fracasar la representación filosófica del texto, la oposición admitida del texto a lo que lo excede«[14].

Como pudimos ver en el caso anterior, también aquí repite la Prière d’insérer la operación del texto que (la) acompaña, haciéndo resonar dicho texto y cosiéndose a él por esta particular puesta en obra simultánea del decir del escrito. «En primer lugar: dos columnas. Truncadas, por arriba y por abajo, talladas también en su flanco: incisos, tatuajes, incrustaciones. Una primera lectura puede hacer como si dos textos alzados, el uno contra el otro o el uno sin el otro, no se comunicaran entre ellos«[15]. ¿Qué dos textos? Los de Hegel y Genet, sin duda, mas también Glas y la separata, que trunca, horada la totalidad cerrada del libro-columna en su flanco, a modo de mirilla que traspasa la opacidad del texto, entregándolo a sus otros amigos/enemigos como un «Judas asesino[16]«, impidiéndole erigirse en Aufhebung última que reasuma, asimile las contradicciones y negatividades surgidas de la lectura en paralelo de ambos autores en un s’avoir absolu sin resto. La separata se aloja en el interior del libro, incorporada como algo extraño, otro, mimando y rechazando la introyección que la reintegre al todo de la obra, ampliando las fronteras de un yo narcisista que no cesa de crecer fagocitando alteridades: cripta, foro más interior de Glas, se transforma en un movimiento paralelo en lo más exterior al libro, que éste incluye sin comprenderlo, que incluye para no comprenderlo, para no saber nada más de él. «En su doble soledad, los colosos intercambian una infinidad de guiños, por ejemplo de ojo, se doblan a porfía, se penetran, pegan y despegan, pasando el uno dentro del otro, entre el uno y en el otro«[17]. Infinidad de guiños que se multiplica hasta la saciedad en la Prière d’insérer transformada en columna, coloso, resto, escupitajo, mierda, esperma, eco, prepucio, hijo bastardo, retoño, cripta, por un siempre imprevisible «efecto de gl»[18], extraña galería de fantasmas, proscrita­ a-topología de lo que no encaja, del desecho que deshace, del resto inservible («lo de-tallado de un golpe«[19], la esquirla que salta abriendo un vacío en la columna, femineidad que hiere el costado del falocentrismo masculino, iniciando su ruina) desde donde se interpela escatológicamente a la historia de la filosofía: «¿Qué queda del saber absoluto?«[20].

Mal d’archive

Legajo traspapelado que arruina la clasificación, la desmiente, la hace siempre incompleta, desbordando toda sistematización, todo orden preciso, con su vuelo inmotivado que obliga a recomenzar a cada paso la labor de archivo, relanzando de continuo desde su propio «interior» la pregunta que lo amenaza con desaparecer, metáfora del mal de archivo, la pulsión de muerte que lo habita como (sin)razón de su existencia: «¿Dónde comienza el afueraEsta cuestión es la cuestión del archivo. Sin duda no hay otra«[21]. Mímesis irrisoria de la palabra de los archontes y su topos exclusivo que asegura el criterio de interpretación, la correcta hermeneusis del libro que acompaña. Hoja suelta no susceptible de habitar domicilio fijo alguno, cuya destinerrancia impide el establecimiento del archivo como topo-nomología privilegiada, que destruye la unidad ideal de un corpus que la reprime, que prohíbe su existencia, incapaz de abrirse, de dar cabida a su extravío permanente, al locus extimo de una alteridad inasimilable, cuya forclusión, pérdida o incluso clasificación, no impiden que salte a la vista como lo integrado desintegrado, quiste enfermizo, resto encriptado, consignación del olvido de un olvido, cuerpo extraño incorporado, mas ajeno siempre a lo propio, impidiendo cerrar el trabajo de duelo dentro del texto. Separata donde tiene lugar el secreto (secernere), que escapa al saber absoluto de los guardianes del archivo, que pone en cuestión el arkheîon donde reside la instancia interpretativa de la que se hace simulacro. «Exterioridad de un lugar, puesta en obra topográfica de una técnica de consignación, constitución de una instancia y de un lugar de autori­dad… tal sería la condición del archivo«[22]…y de su doble, la Prière d’insérer, portadora aquí una vez más del peculiar gesto que venimos encontrando de modo recurrente en las separatas y que pone en marcha esta singular estrategia deconstructiva.

Separación, corte, marca, cicatriz, que instituye el archivo dejando tras de sí la huella de su incompletud, la falta, la ausencia, la carencia del falo circuncidado por el mordisco de la mujer madre[23], afectado por la incisión de la escritura. Imposible memoria de lo acontecido simultáneamente a la memoria misma en su abrirse paso. Prepucio fantasmático en continuo asedio de los guardianes del archivo incapaces de conjurarlo. Erección imposible de un monumento al acontecer,  mo(­nu)men­to de la primera erección, sobrevenida con posterioridad al recuerdo que la petrifica: la erección siempre es un acto de memoria. «¿En qué se convierte el archivo cuando se inscribe en el mismísimo cuerpo llamado propio? ¿Por ejemplo al modo de una circuncisión, tomada a la letra o en sus figuras?«[24]. Todo ello, la invaginación quiasmática de los bordes, el paso (no) más allá del texto que dicha inscripción supone, lo viene acaso a ejemplificar (sin duda no a respon­der) en un indecidible performativo-constativo la Prière d’insérerespecie quizá de «pasaje al acto» psicoanalítico, retorno de lo reprimido, del «no ha lugar» que la memoria impone al acontecimien­to de dar el nombre, de la circuncisión, de la institución del archivo


[1]DERRIDA, JacquesLa Dissémination, Seuil, Paris, 1972, pág. 395.

[2]Concretamente los tres ensayos: PassionsKhôraSauf le nom, Gali­lée, Paris, 1993; Mal d’archive, Galilée, Paris, 1995; Glas, Galilée, Paris, 1995. Cabe señalar en el caso de Glas, que en su primera edición de 1974 en Galilée, la separa­ta no venía encabezada con la leyenda: «Prière d’insérer« sino con el nombre del autor: Jacques Derrida, seguido del título de la obra en la que se insertaba, i.eGlas. Asimismo el texto, que no varía de una a otra edición, aparecía firmado con las iniciales J.D., con un formato diferente al actual. Existe una tercera edición de Glas en Denoël/Gonthier, Paris, 1981, en la que de modo significativo no aparece dicha separata.

[3] Este carácter en apariencia prescindible de la Prière d’insérer, hace posible y en cierto modo explica la desaparición sin rastro de la separata de Glas en la edición de bolsillo en dos volúmenes de la editorial Denoël/Gonthier.

[4] La Dissémination, op. cit., págs. 71-72.

 [5] Loc.cit. pág. 72.

[6]Cfr. DERRIDA, Jacques, Parages, Galilée, Paris, 1986, pág. 152.

[7]La Dissémination, op.cit., pág. 71.

[8]«Prière d’insérer» en Passions, Khôra, Sauf le nomop.cit., pág. 1.

[9]Mal d’archive, op.cit., pág. 34.

[10]«Prière d’insérer» en Passions, op.cit., pág. 2.

[11] La Dissémination, op. cit., pág. 37.

[12] Cfr. DERRIDA, Jacques, Biodegradables, en Critical Inquiry, Vol. 15, nº 4, Verano 1989, University of Chicago Press.

[13] Loc.cit. pág. 27.

 [14] Loc.cit. pág. 50.

 [15] «Prière d’insérer« en  Glas, op. cit., pág. 1.

 [16] Cfr. Glas, op. cit., pág. 8(columna derecha).

 [17]«Prière d’insérer» en Glas, op. cit., pág. 2.

 [18] Ibid.

 [19] Loc.cit. pág. 3.

 [20]  Ibid.

[21] Mal d’archive, op. cit., pág. 20.

[22] «Prière d’insérer« en Mal d’archive, op. cit., pág. 2.

 [23] Cfr.BENNINGTON,G. y DERRIDA,J., Jacques Derrida, Seuil, Paris, 1991, pág. 68.

[24] «Prière d’insérer» en Mal d’archive, op.cit., pág. 3.

Fuente: http://www.jacquesderrida.com.ar/