1. EL SIDA Y LOS MALDITOS GRUPOS DE RIESGO.
La importancia del sida no radica sólo en su faceta de enfermedad individual, sino también en su dimensión social. Esta enfermedad se ha visto utilizada por un dispositivo que ya existía anteriormente, cierta alianza tácita de médicos, religiosos, moralistas, criminólogos, sociólogos, políticos, psiquiatras, medios de comunicación, todos los que han configurado la idea de «normalidad» individual y social1. Ya existía antes del sida un discurso que unía la drogadicción, la violencia, la delincuencia, la homosexualidad, la enfermedad mental y física, el pecado, la anormalidad, etc (en la actualidad, en las películas estadounidenses, por ejemplo, esto es muy frecuente). La noción de «grupos de riesgo» ha sido utilizado para reforzar este discurso sobre la desviación2.
Existen dos situaciones de responsabilidad social que han influido en la propagación de esta enfermedad: por una parte, la prohibición que existe sobre el consumo de ciertas drogas (la heroína, en particular) y, en segundo lugar, la situación de desprecio y humillación social y legal que sufren algunas opciones sexuales como la homosexualidad. No se trata de consolidar la categoría de grupos de riesgo, ni asociar la homosexualidad a la drogadicción, sino mostrar precisamente que estas conductas en sí mismas no tienen en principio nada que ver con la enfermedad. En el primer caso, la prohibición del consumo de heroína ha hecho que la gente consuma esta droga compulsivamente, en situaciones de clandestinidad y persecución, sin ningún tipo de higiene ni de información. Además, es sabido que la prohibición conlleva una adulteración de esta droga hasta límites insospechados.
La prohibición y lo clandestino son también dos constantes en la vida de los homosexuales: a partir de la intolerancia que existe sobre esta práctica sexual, la gente se relaciona de forma vergonzante, con un sexo rápido y anónimo en guetos (el ambiente, los cuartos oscuros, las saunas), sin que haya espacios públicos de comunicación y de libertad para iniciar una relación afectiva estable y sin agresiones. Esta situación social de homofobia favoreció la difusión de la enfermedad en un primer momento entre las personas con prácticas homosexuales. Estos condicionantes sociales han influido en la situación del sida en la actualidad3.
Habría que ampliar el enfoque del problema; la solidaridad con los enfermos es el último escalón de una pirámide mucho más amplia que la mayoría de la sociedad y de los mass media no ven o no quieren ver. El problema no son los heroinómanos en sí mismos, ellos son una consecuencia (no una causa) de la legislación que prohíbe las drogas4. Mientras no se luche contra esa prohibición, la situación de persecución favorecerá el contagio, al compartir jeringuillas.
Oficialmente, el 22% de los presos españoles está infectado por el virus del sida5. Dado que estos datos y su progresión alarmante se conocían desde hace bastantes años, algunos han interpretado la pasividad de las autoridades como una especie de política de exterminio. En realidad, toda la estructura del sistema carcelario tiende al exterminio (sobre todo psicológico, y a menudo físico), el sida es sólo un síntoma más de su funcionamiento. En las cárceles, las jeringuillas son un bien preciado, escaso; se comercia con ellas una vez usadas, se emplean una y otra vez ante el cinismo de las autoridades penitenciarias, que tienen el siguiente argumento: está prohibido la venta y el consumo de heroína, luego en las cárceles no hay heroína, luego no hay por qué repartir jeringuillas entre los presos (por otra parte, es conocida la implicación de algunos carceleros y policías en el tráfico de drogas en las cárceles). Otro argumento: si repartiéramos jeringuillas sería reconocer que existe heroína en las cárceles, y como eso nos comprometería, pues no se reparten. Otro más: si repartiéramos jeringuillas estaríamos promoviendo el consumo6. Chorradas similares también se dicen de los condones (incitamos al sexo a nuestros adolescentes); es como decir que los extintores incitan a la piromanía o el cinturón de seguridad a chocarse contra un árbol.
Es importante recordar algo tan evidente como que el virus del sida no está en la heroína, si uno consume una dosis con su jeringuilla y la destruye después, no coge el sida. Por cierto, esto es lo que hacía la gente cuando esta droga era legal, cada uno la consumía normalmente en su casa y no pasaba nada. Esto es necesario recordarlo ante campañas terroristas y mentirosas como aquella de «el sida te engancha por el pico» (mentira: una jeringuilla nueva no transmite el sida, la heroína tampoco; es como decir que practicar el sexo transmite el sida: es mentira, si ninguno de los dos tiene el sida, no hay nada que transmitir).
2. FABRICANDO A LOS MALOS.
Es la sociedad la que deja inmunes a ciertas personas arbitrariamente, por sus prácticas. Se podría hablar de virus de inmunodeficiencia social. Las leyes crean sus propios marginados, las leyes que prohíben las drogas crean a los drogadictos, las que discriminan a los homosexuales crean los guetos, las que marginan a los inmigrantes crean el racismo7. El yonki, el gay, el negro, no existen, son productos culturales, sociales. Existen los discursos que inventaron al yonki y sus tópicos (el mono terrible, la adicción automática, el vivir colgado), al homosexual (el afeminado, el desviado, el perverso, el anormal, el vicioso, el enfermo mental), al negro (los discursos sociológicos sobre la existencia de las razas y sus jerarquías)8. Todo eso son mentiras al servicio del consumidor; hay quien se identifica con ellas y juega su papel, adquiere una identidad asumiendo esos tópicos. Todo eso se desvanece cuando se conoce la genealogía de esas identidades recientes (el «yonki» aparece en los años 50, el «homosexual» a finales del siglo XIX, el «negro» en el siglo XVII).
Otro caso de cinismo institucional es el de la prostitución. En el colectivo de prostitutas el sida está empezando a hacer estragos; la falta de apoyo de las autoridades, unido a la negativa de muchos clientes a aceptar las medidas de prevención, está contribuyendo a la extensión de la enfermedad. El estatuto de las prostitutas es típico de la doble moral del Estado: no es un delito, pero tampoco es un trabajo legal. Las prostitutas no tienen reconocimiento profesional, ni seguridad social, ni espacios higiénicos para trabajar, ni el resto de los derechos laborales. La errónea categoría de los grupos de riesgo ha hecho que muchos heterosexuales piensen que pueden acudir a las prostitutas sin riesgo de contagio, ya que no pertenecen a esos grupos. Los efectos de este malentendido están a la vista.
No es casual que una inmunodeficiencia social esté, en ocasiones, vinculada a una inmunodeficiencia vital, es lógico. En el caso del sida los efectos están siendo dramáticos. Los famosos grupos de riesgo no eran más que una consecuencia de los ya preexistentes grupos marginados. El capitalismo arruinó a Asia, Africa y a América9, la cruzada antidroga machacó a los heroinómanos, el discurso científico-médico-religioso condenó a los homosexuales10. El sida es sólo un indicador de una problemática mucho más grave, y más amplia. La injusticia y la explotación (el equivalente a la enfermedad, el virus) existen para todos, pero al más débil socialmente le afecta más fácilmente (la inmunodeficiencia). Por cierto, las metáforas médicas aplicadas a la sociedad forman parte de esta tradición fascista: la sociedad como un cuerpo sano y estructurado, con elementos peligrosos, infecciosos, que la hacen enfermar y que hay que perseguir, la higiene social, limpiar la calle, limpiar Europa (leyes de extranjería de nuestros padres fundadores de la Unión Europea, a cuyo lado los «skinheads» son angelitos de la guarda, o, como mucho, buenos alumnos). Este lenguaje higienista es frecuente tanto en el Ministerio del Interior como entre el pueblo; éxito del control social, éxito del fascismo, éxito del Estado11.
Desgraciadamente la atención de la opinión pública se centra en esos seres delgados y enfermizos que pueden atracarnos en el metro para conseguir una dosis de matarratas. No se presta mucha atención a que los representantes de la ley y el orden participen de la barbarie a escala mucho mayor: hechos como que en 1993 se detuviera a parte de la cúpula de la guardia civil por estar implicada en el tráfico de drogas (repito, la cúpula, altos mandos), o que en España haya actualmente la friolera de 160 insumisos presos de conciencia en la cárcel, o que la policía española torture, o que un Ministro del Interior tenga que dimitir por promover leyes inconstitucionales, o que banqueros y empresarios estafen miles de millones de pesetas en facturas falsas, estos hechos no parecen alterar a la opinión pública, a los chicos del PSOE no se les puede pedir responsabilidades, faltaría más. Estos no son problemas sociales, no producen «alarma social», preocupa más que un yonki atraque a un señor y le robe 5.000 pesetas en la Gran Vía. Habría que preguntarse cómo se genera esta percepción de lo que es un problema social.
Existe una grave confusión de causas y consecuencias. Hay que distinguir distintos momentos:
Primero: cómo un discurso -o varios- se inventa en una época y en una sociedad dada un colectivo o una identidad (el negro, el gay, el delincuente, el yonki, etc). En realidad estas identidades son totalmente ficticias, pero eso no importa. No existe ningún fundamento biológico de las razas en los seres humanos12, ni fronteras en las opciones sexuales, ni tendencias innatas a la delincuencia, ni hay problemas sociales si las drogas son libres, pero está prohibido hablar de ello. Por supuesto estos discursos están ligados al poder, incluso se podría decir que, en su difusión y en su diversidad, son el poder (Foucault).
Segundo: se atribuyen al colectivo inventado una serie de propiedades, conductas, hábitos, costumbres ‘innatas, naturales’.
Tercero: se juzga moralmente a ese colectivo, se le califica de anormal, de peligroso, se le persigue, castiga y margina. Se aplica la violencia física, mental, legal y social contra ellos. Se les culpa de todos los males de la sociedad.
Cuarto: a consecuencia de esa segregación, algunas de las personas del colectivo, efectivamente, se empobrecen y se embrutecen, y se agrupan en guetos por exclusión.
Quinto: el discurso inicial constata esta última situación (borrando el proceso de su producción) y encuentra precisamente en ella su legitimación: ¡mirad, ese colectivo existe (Harlem, el ambiente, la cárcel), y sus propiedades son tales y como suponíamos!
3. SIDA Y POBREZA.
Hay que analizar los discursos sobre el sida para identificar sus consecuencias sobre las políticas de los límites del cuerpo. En efecto, el discurso que individualiza el problema y lo circunscribe a la lógica de la infección por la vía sexual está configurando una nueva apreciación del propio cuerpo y del cuerpo del otro en términos de peligro de muerte (y desvinculando al cuerpo de lo social). Es preciso incorporar otros discursos que recuperen el vínculo social, entre ellos el del problema de la pobreza y su incidencia sobre la enfermedad, como causa y como remedio.
Debido a esta nueva visión de la sexualidad y del cuerpo como peligro se están desarrollando en las sociedades tecnológicas nuevas modalidades de sexualidad sin cuerpo: «party line», teléfono erótico, redes de mensajes sexuales por ordenador, sexo virtual, etc. Con estas tecnologías los individuos se relacionan ‘limpiamente’ desde casa por medio de un soporte informático con personas que no conocen, de forma anónima. El impacto de esta forma de comunicación sobre lo social puede llegar a ser trascendental (desaparición de los espacios públicos y de sus interacciones). No deja de ser curioso que esta paz sin cuerpo se haya visto perturbada por la existencia de otra infección paralela, la de los virus informáticos. Llegará un momento en que será difícil distinguir entre el virus del sida y el virus de los ordenadores16.
Convendría hacer más estudios sobre la estratificación social de los enfermos de sida: una ojeada a nuestro alrededor nos indica rápidamente que la enfermedad está afectando mucho más a los pobres que a los ricos. Globalmente, el Tercer Mundo es el más afectado; localmente, por ejemplo en España, la enfermedad se da sobre todo en heroinómanos y en presos. Aunque es cierto que hay heroinómanos de todas las clases sociales, los consumidores de clase baja se drogan «peor» que los de clase alta: su heroína es pésima (se calcula que sólo el 5% de cada dosis es heroína, y el resto venenos diversos para adulterarla), sus condiciones higiénicas son precarias (jeringuillas compartidas, infecciones por agua sucia, etc), y su alimentación es baja en vitaminas. En cuanto a los presos, todo el mundo sabe que los ricos nunca van a la cárcel.
Del mismo modo que el oscurantismo demoníaco obstaculizaba las tareas del pensamiento y le entretenía en invocaciones y persecuciones delirantes e inútiles, quizá sería conveniente empezar a abordar los condicionantes de la desigualdad social y sus efectos. Ya conocimos la barbarie de la caza de brujas, y desde hace años vivimos otra contra los drogadictos, igual de injusta e inútil. Aún estamos a tiempo de evitar una tercera contra los enfermos de sida
NOTAS:
1. Para desentrañas esta sutil red, ver los ya clásicos libros de Michel Foucault: Vigilar y castigar, Historia de la locura, Historia de la sexualidad, etc.
2. El tema de la desviación social ha sido tratado recientemente en la película de Todd Haynes Poison.
3. Todas las películas que tratan el tema del sida relacionan directamente la enfermedad con la homosexualidad (En el filo de la duda, Las noches salvajes, Compañeros inseparables, Filadelfia). En Los amigos de Peter, el único personaje que tiene el sida lo ha contraído por haber tenido relaciones homosexuales; los demás protagonistas son heterosexuales. Todas estas películas han consolidado gravemente la indeseable noción de «grupos de riesgo», y promueven la idea de que la enfermedad no puede contagiarse por prácticas heterosexuales.
4. Cf. Antonio Escohotado, Historia de las drogas, Alianza, Madrid, 1989. Para la génesis histórica del yonki, ver el volumen 3.
5. EL PAIS, 4 de febrero de 1994, p. 24. La noticia aparecía en la sección de sociedad, al lado de otra cuyo titular era: «La familia es el placer favorito de los españoles», donde se interpreta un estudio de la empresa ARISE sobre las fuentes de la felicidad humana (¡). Fidelidad, familia y salud versus sida, heroína y cárcel.
6. En la citada noticia de EL PAIS (ver nota anterior), la secretaria general de Asuntos Penitenciarios Paz Fernández Felgueroso reconocía por fin que existe el tráfico de drogas en las cárceles, y añadía que es muy difícil evitarlo porque las prisiones «no son espacios blindados».
7. Habría que preguntarse si el racismo es una mera construcción sociohistórica (biopolítica de Foucault) o si, como plantea el psicoanálisis, hay en el sujeto un componente irreductible de agresividad hacia el otro. Por otra parte, aceptar la hipótesis freudiana de la pulsión de muerte inconsciente explicaría algunos casos de personas que se exponen sistemáticamente al contagio del sida, a pesar de conocer las medidas de prevención.
8. Jacques Lacan desarrolló a lo largo de su obra una profunda crítica a las ciencias humanas: «No hay ciencia del hombre, porque el hombre de la ciencia no existe, sino únicamente su sujeto. Es bien conocida mi repugnancia de siempre por la apelación de ciencias humanas, que me parece ser el llamado mismo de la servidumbre», en La ciencia y la verdad (1965), p. 838 de los Escritos (Siglo XXI, 10ª edición). En su crítica, Lacan señala el discurso de las ciencias humanas como una de las condiciones de posibilidad del racismo moderno.
9. Cf. Noam Chomsky, Año 501, Ed. Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1993.
10. Cf. Michel Foucault, La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid, 1988.
11. Para la cuestión del racismo de Estado, ver en Archipiélago nº 12, el artículo «Para una genealogía del racismo».
12. Cf. el artículo de Colette Guillaumin en Archipiélago nº 12, «Los avatares de la noción de raza».
Fuente: http://www.hartza.com