WC: del water al closet por Javier Sáez

Hace ya bastantes años, cuando se inauguró la flamante renovación de la estación de Atocha, me encaminé hacia ella no para admirar el jardín tropical, ni el fálico diseño de los AVE, sino para ver qué tal andaba el tradicional ligue en los váteres. Sorprendentemente, no había ninguna señal que indicara el emplazamiento de los servicios públicos. Tras varios paseos por la estación, conseguí dar con el lugar, que estaba ubicado en un sitio casi imposible de encontrar: en un entresuelo sombrío, en medio de un tramo de escaleras mecánicas, y solo accesible tras pagar el billete para los trenes de cercanías. Vamos, que hasta un avezado explorador como yo estuve a punto de abandonar. A pesar de lo escondido del lugar, con el tiempo los maricas conseguimos encontrarlo y pudimos continuar con los juegos que se dan en los váteres de todas las estaciones del mundo.

En todo caso, aquello me pareció un mal presagio, una arquitectura represora para disuadir a los maricas de lo que desde siempre ha sido un espacio público de ligue y de relación. Años después, en vista de que el acoso de los guardias jurados no era suficiente para erradicarnos de aquellos váteres, construyeron unos muros exagerados entre los urinarios, de casi dos metros de altura. Aquello nos desmoralizó bastante, pero meses después ya habíamos desarrollado nuevas estrategias, colocándonos descaradamente a un metro de distancia del urinario para conseguir salvar ese otro «muro de la (des)vergüenza».

Es sólo un ejemplo, pero hay muchos más, un silencioso despliegue de estrategias sobre los espacios: detenciones en los váteres de las estaciones de Barcelona y Valencia, policías ligando como gancho en los váteres de Burgos (el KGLB, Kolectivo de gays y lesbianas de Burgos intervino con el grito de guerra «que la Secreta no vigile tu bragueta»), cierre de Parque del Retiro por las noches, controles en la Casa de Campo, batidas en las playas, clausura de numerosos váteres públicos…

Lo más preocupante no es la aplicación de esta micropolítica represiva, sino el silencio con que la comunidad gay la está aceptando. La llegada de los barrios gays (Chueca, el Gaixample) ha traido muchos espacios interesantes para ligar y relacionarse, pero pagando. Y paralelamente, asistimos al desmantelamiento de numerosos espacios públicos gratuitos. En estos tiempos de crítica contra el integrismo, los países occidentales estamos sufriendo otro tipo de integrismo mucho más discreto, pero no menos efectivo: la privatización del cuerpo y del espacio. La ciudad ha tenido siempre espacios azarosos, no marcados, nómadas, secretos, abiertos, era un espacio liso (Deleuze). Este proceso de privatización cierra los espacios y determina dónde van a poder relacionarse los cuerpos, se produce un espacio estriado, con fronteras que definene un adentro y un afuera: ahora tenemos que ligar en los bares gays, en las discotecas, en las saunas, en los cuartos oscuros, en kddas de prepago, en las sex-shops, es decir, en locales privados. Y con el proceso nuestro propio cuerpo se privatiza, no porque compremos cuerpos, sino porque compramos espacios, pagamos para poner nuestro cuerpo a circular en el mercado de la carne.

La ciudad es también un espacio de resistencia. Como las viejas guerrillas, los gays deberíamos saber que los escondites que se desvelan, se pierden irreversiblemente, se queman, ya no se recuperan. Estamos renunciando sin rechistar a espacios que hemos okupado durante décadas para disfrutar gratuitamente entre nosotros: muelles, playas, parques, váteres, paseos, aparcamientos. Incluso en tiempos de represión política, como en el franquismo o en la dictadura argentina, esos espacios han sido lugares de resistencia, donde las maricas hemos sobrevivido con códigos clandestinos y móviles (ver el extraordinairo libro «Fiestas, baños y exilios; los gays porteños en la última dictadura», de Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli, Editorial Sudamericana, 2001).

La okupación de los espacios es siempre algo político. Convertir un váter en un espacio de ligue marica es un acto de cambio social, y una subversión de las formas de relacionarse. No necesitamos una plataforma política para encauzar nuestras reivindicaciones, muchas acciones y prácticas de los maricas son políticas en sí misma. La plataforma del zapato de un travesti es más política que la plataforma Izquierda Unida. Los maricas ya fuimos expulsados del tiempo. No dejemos que nos expulsen también del espacio.

Fuente:  http://www.hartza.com