El lenguaje del amo y el lenguaje del esclavo: la insumisión

UNIVERSIDAD LIBRE DE MASPALOMAS (GRAN CANARIA)

AGOSTO 1992

Jon Hartza

He elegido un título un poco pretencioso para esta intervención; inmediatamente nos remite a Hegel, pero no voy a hablar de él, sino de una manifestación más inmediata de la cuestión del señor y el siervo. Se trata de la cuestión de la insumisión, cuestión de la que todos habrán oído hablar desde hace unos pocos años.

Todo empieza con ese discurso del amo que se basa en saber lo que quiere el pueblo, y lo que necesita. Esto dice el amo: el pueblo, que forma por naturaleza (o por acuerdo, pacto social, contrato u otros milagros) una nación, necesita defenderse de una siempre posible agresión exterior. Se empieza por identificar al pueblo con el Estado, y con su traducción paternalista, la Patria.

Como todos sabemos, para la defensa nacional está el Ejército. Participar en la defensa nacional es un deber. Notemos que deber y deuda tienen un origen común. El amo se las arregla muy bien imponiendo de principio una deuda. El que la acepta tiene sentido del deber, es responsable -responde a la llamada del amo-. Esta trampa se empieza a tender con la imposición del servicio militar obligatorio, la mili. Y con dos recortes importantes sobre el concepto de ciudadanía; se supone que todos los ciudadanos deben servir a la patria. Sin embargo, como en los barcos que naufragan, se excluye a las mujeres y a los niños primero. Es decir, no son ciudadanos. De todas formas, este argumento parece que conduce a reivindicar que incluyamos en la mili también a mujeres y niños, sin embargo la cosa no va por ahí.

El ejército nunca ha defendido a la patria de nada; para empezar, hay que cuestionar la unidad de la patria, en un sentido complementario al de los movimientos independentistas. Estos la cuestionan extensivamente, es decir, hay pueblos que quieren tener el derecho a autodeterminarse y el Estado central impide que se ejerza ese derecho fundamental. En este otro caso se trata de cuestionar esta unidad desde dentro, es decir, que la patria, sea lo que sea eso, desde luego no es una, no es homogénea, los intereses de los ciudadanos son distintos, tan distintos que pueden llegar a estar enfrentados. Una expresión de este enfrentamiento es lo que Marx llamó lucha de clases, pero si no quieren llamarlo así, lo podemos denominar de cualquier otra forma. Lo que quiero decir es que en caso de confrontación interna, el ejército no es neutral, ningún ejército lo es, y ya podemos suponer de qué lado va a estar. Eso cuando no está del lado de sí mismo y da uno de esos golpes que todos conocemos.

El ejército, cualquier ejército, es, entre otras cosas, el pretexto para el mantenimiento de un inmenso negocio que se llama comercio de armas. A este respecto, hay una cosa de la que quizá hayan oído hablar: esta cosa se llama dólar. Cuando un partido pide financiación, adquiere unos compromisos, deudas también. Cuando un partido llega al gobierno, paga fielmente sus deudas. El ejército es necesario, dicen, pero ¿para quién? ¿Quién se beneficia de ese enorme volumen de compra de armamento? ¿Por qué nadie en el gobierno español se plantea detener la venta de armas a gobiernos genocidas como el de Marruecos, que machaca cómodamente saharauis gracias a nuestra cooperación, o el de Turquía, que hace lo mismo con los kurdos? Pues porque eso no se puede plantear, no interesa, hay otros valores que regulan este comercio, desde luego, valores más altos, valores en alza, como los de Explosivos Riotinto en la bolsa, por ejemplo.

Esa institución parasitaria llamada ejército español es, desde luego, imprescindible; ya hemos visto para qué. Ahora sólo falta llenarla de unas cuantas hormiguitas cada año, de entre 18 y 30 años, para que parezca que tiene necesidades. Esta mentira se llama mili, todos la conocen, algunos personalmente.

A finales de los años 60 aparecen en el Estado español los primeros insumisos, algunos por motivos religiosos (testigos de Jehová), otros por rebeldía contra la institución militar. Son encarcelados por largos periodos de tiempo. En los años 70 sigue habiendo actitudes de este tipo, que son las que abren la brecha para el movimiento que se desencadenará después de forma más organizada.

En 1977 se crea el MOC, Movimiento de Objeción de Conciencia MOC, cuyos objetivos son inicialmente la abolición del servicio militar y la lucha contra el militarismo; las decisiones se adoptan de forma asamblearia y se llevan a la práctica de forma no violenta. La llamada del MOC y de otros colectivos a negarse a ir al servicio militar, por un lado, y las actitudes espontáneas de muchos jóvenes que sin conocer al MOC llegan también a la misma actitud de desobediencia, hace que haya un número importante de insumisos a la mili a comienzos de los 80, cuando aún no existía el reconocimiento legal de la condición de objetos. He escrito objetos en vez de objetor, es un lapsus, pero he decidido dejarlo ahí y explotarlo un poco; en realidad este lapsus anticipa lo que pensaba argumentar más adelante. Efectivamente, antes de la Ley de Objeción de Conciencia (diciembre de 1984) estas actitudes de rebeldía no eran objetivables, no eran legales, estaban fuera de todo marco de referencia jurídica; de ahí su potencia subversiva, estos jóvenes no entran en ningún estatuto legal, son una corriente libre, fluida, no han sido ceñidos por una legislación, por un reconocimiento que les haga ubicables, localizables, no son aún objetos.

En este sentido, el reconocimiento legal de la condición de objetor marca el inicio de una serie de maniobras orientadas a localizar y neutralizar esta actitud de cuestionamiento del servicio militar y del militarismo. Este acoso revela una vez más que el ejército es la espina dorsal del Estado, espina en el sentido de lo más central, lo más duro de alterar, y espina en el sentido de algo que está ahí clavado y que siempre está haciendo daño. Con el ejército no se juega.

La aparición de la Ley de Objeción de Conciencia se presenta a la sociedad como un logro en la conquista de derechos civiles, un paso más en esa liberación del individuo que, como todos saben, desde siempre ha defendido la democracia. Qué bien, si quiere usted ya puede ser objetos (¿me creerán si les digo que he vuelto a escribir -sin querer- objetos en vez de objetor?), lo pide al Consejo Nacional de Objeción de Conciencia como el que pide una licencia de pesca y a correr. El CNOC es como un detector de mentiras a lo grande: es un tribunal que juzga la conciencia del aspirante a objetor y que decide si éste es objetor de verdad o si es un pillín que quiere escaquearse de la mili pero que en realidad no siente mareos cuando ve un fusil. En fin, una farsa más, y además a juicio de muchos, nada constitucional; ¿desde cuándo se puede juzgar la conciencia de alguien? El criterio para «aprobar» es muy sencillo: se le pide al aspirante que exponga las razones por las que objeta. Para esto hay dos opciones: o asumir el menú que ofrece el propio CNOC, que es una lista de palabras como «motivos filosóficos, morales, religiosos, humanitarios», sin más, o no asumirlo y dar las verdaderas razones que uno tiene para objetar a la mili; si entre éstas aparecen motivos políticos o antimilitaristas, no se le reconoce como objetor. En un país libre y democrático como el nuestro uno no puede negarse a algo por motivos políticos, qué escándalo; si lo hace «suspende» y no es reconocido. Esto hace que se produzca un filtrado inverso: los verdaderamente peleones, los que toman consciencia de la lucha política de la insumisión, quedan fuera de juego, y los borreguitos que asumen motivos «light» como los filosóficos o los humanitarios, pueden entrar al redil y ya son objetores reconocidos. Estos tendrán que hacer la Prestación Social Sustitutoria, que es la segunda parte de la película, quizá la más divertida porque es todavía más absurda. En todo caso, después de ser objetor legalmente reconocido, muchos de estos jóvenes se niegan a hacer la PSS porque su existencia legitima la pervivencia del servicio militar, y como parte de una campaña global de desobediencia civil.

Hasta aquí, como ven, es bastante dudoso que la Ley de Objeción sea una especie de liberación gestionada por la filantropía de nuestros gobernantes. Cuando aparece el Reglamento para la PSS (15 de enero de 1988) queda aún más claro que lo que se pretende con todo esto es disolver el movimiento antimilitarista, integrando a los objetores en -como su nombre indica- un sustituto de la mili. Ahora bien, como es sabido que todo el mundo odia la mili (salvo cuatro tarados aspirantes a Rambo), cualquiera puede prever que si el servicio sustitutorio durara igual que la mili, la mayoría se pasaría a cuidar ríos y bosques, que es mucho menos coñazo que un cuartel. Alguien tan inteligente como Narcís Serra no tardó en intuir esta realidad, y por eso el Reglamento de la PSS penaliza al objetor imponiéndole un 50% más de tiempo perdido; al principio la duración de la PSS era de 18 meses, contra 12 de la mili; ahora son 13 contra 9. Esto es lo que se llama igualdad ante la ley. En todo caso, suficiente para disuadir a algunos. Incluso esta maniobra de integración les está saliendo mal; la bien ganada mala reputación de la mili, las numerosas muertes de soldados cada año (un muerto cada dos días de media), las novatadas (que como saben cuentan con el beneplácito absolutorio de algún juez militar), el rechazo a valores como la disciplina impartida por un sargento chusquero, el machismo, la uniformización, la obediencia ciega, el miedo a que nos manden a colaborar con la próxima aventura militar yanqui y otras factores, han hecho que el número de objetores ascienda vertiginosamente en los últimos tres años. Esto ha desbordado las previsiones del gobierno. En la actualidad hay más de 100.000 objetores, la mayoría de ellos esperando a cumplir la PSS, cosa que puede tardar 4 ó 5 años en ocurrir, porque hay muy pocas plazas para ello. Sólo unos 2.000 objetores cumplen la PSS en la actualidad. Mientras tanto, el número de solicitudes para ser objetor sigue en aumento mucho más rápido que las plazas que la Oficina para la PSS puede ofertar. La PSS es una trampa para mantener la mili. Esto es una razón de peso para no cumplirla, pero por otra parte hay muchas más razones para rechazar la PSS: ocupa puestos de trabajo (es mano de obra gratis), interrumpe la vida laboral normal del objetor, inculca valores paramilitares como la obediencia a superiores, horarios fijos, disciplina, obliga al objetor a realizar trabajos que exigirían una especialización (recoger heridos en accidentes, atender ancianos enfermos, tratamiento de drogodependientes, etc), en muchos casos no se proporciona manutención ni alojamiento al objetor, etc. Por este lado el gobierno está bastante liado, ahora pasemos a hablar de los que no entraron en el juego, los insumisos.

El 20 de febrero de 1989 se presentan por primera vez 57 insumisos ante los jueces militares togados del ejército español. En aquel momento aún no eran muchos. En la actualidad como mínimo ya hay 2.000 insumisos en el Estado español (más de 3.000 según otras cifras), sumando las personas que se niegan a hacer el servicio militar (que no han solicitado ser reconocidos como objetores) y las que se niegan a hacer la PSS. Esto es algo importante. En ningún otro país de Europa hay un porcentaje de insumisos semejante (a excepción, si se quiere, de Euskadi). Es una cifra muy elevada, en aumento continuo, a pesar de la brutal represión que ha desencadenado el gobierno por medio de los juicios y las condenas de cárcel. Estas son de un mínimo de dos años, cuatro meses y un día de prisión mayor, y de un máximo de 6 años.

Algo que quiero destacar es que este movimiento político y social que es la insumisión no ha partido de los partidos políticos. Ha partido de la sociedad civil, de organizaciones populares, asamblearias, de diverso tipo: el MOC, MILI KK, la Coordinadora de Colectivos Antimili, y un montón de pequeños grupos organizados en ciudades y pueblos, con diversas estrategias, todas encaminadas a la eliminación del servicio militar y de la PSS (que como ya hemos dicho es un apéndice para el mantenimiento de la mili), y a crear una cultura antimilitarista. La insumisión es una herramienta de lucha política colectiva, supone un reto nuevo al Estado, basado en la desobediencia civil. Quince jóvenes están cumpliendo condenas de dos años, cuatro meses y un día. Lo repito, porque me parece importante y escandaloso: en este democrático, europeo y libre país han encarcelado por motivos de conciencia a quince personas para que cumplan penas de dos años y cuatro meses, por reclamar un Estado desmilitarizado, por no querer colaborar con esa gestión de la muerte a la que son tan aficionados nuestros gobernantes. El gobierno español ha alentado estos encarcelamientos. Estas personas están cumpliendo esas condenas en este momento. Siguen iniciándose juicios contra otros insumisos, y pidiéndose para ellos penas de prisión semejantes.

Hace poco comentaba un sociólogo cuyo nombre, por suerte, desconozco, que el estudio de las instituciones totales realizado por Goffman y por Foucault estaba ya pasado de moda, que plantearse estudios de ese tipo en las sociedades occidentales (democráticas, creo que dijo) no tenía sentido. Supongo que Felipe González le habrá condecorado ya con algún cargo en el CIS. Aquí están presentes dos instituciones de este tipo: el cuartel y la cárcel; son las dos opciones para el joven en la actualidad.

Una estrategia del control de pensamiento que ha sido muy bien explicada por Chomsky (WorldMedia) en el caso de EEUU es la siguiente: si se quiere un pueblo domesticado y convencido de vivir en el mejor de los estados posibles no hay que prohibir periódicos y partidos, con la torpe rudeza de las dictaduras. Eso crea rebeldía, la gente no se cree la versión oficial porque sabe que existe la censura. Es mucho más útil acotar sutilmente un campo de presupuestos que los medios de comunicación no van a poner en duda, y dentro de ese marco general aparentemente amplio, discutir, lanzar argumentos contrarios, crear partidos, etc. Un ejemplo aclarará lo que quiero decir: en los medios de comunicación del Estado español se puede hablar dentro del marco general «servicio militar obligatorio versus ejército profesional». Una vez asumido este marco, unos apoyarán a los insumisos, otros los maldecirán y condenarán al fuego eterno, otros sugerirán reducir la mili a tres meses, otros crear un ejército profesional eficiente y serio; lo que no oirán ustedes en boca de los políticos, ni en la prensa, ni en la tele, es un cuestionamiento de la existencia del ejército, una propuesta de progresivo desmantelamiento del Ministerio de Defensa, una denuncia clara del negocio del comercio internacional de armas en el que nuestro país participa de manera notable. Es decir, se emplaza el debate DENTRO de esos límites implícitos. Otro ejemplo más sencillo es el del escándalo que se montó en el mes de junio porque un juez militar absolvió a los reclutas que hicieron una novatada salvaje quemando a otro soldado: el escándalo era dirigido a la sentencia, no a la existencia del servicio militar obligatorio, que es el verdadero problema. La estrategia de la insumisión va más allá de este límite, va más allá de la dicotomía capciosa «mili o ejército profesional», apuesta por la reducción radical de los gastos de armamento (en el Estado español se invierte mucho más en armas que en educación o en sanidad), por la eliminación de los ejércitos, por respetar la naturaleza que el complejo industrial-militar destruye, por las soluciones pacíficas. Esto es más de lo que el sistema puede soportar, de ahí su reacción violenta; desde el Ministerio de Justicia, lo primero que ruge el nuevo Fiscal General del Estado es que hay que perseguir la insumisión a toda costa y con penas de cárcel elevadas; se han abierto nuevos juicios a insumisos y se anuncian más para este otoño. Desde los medios de comunicación, se evita informar sobre los insumisos encarcelados, sobre los juicios, sobre la crecida de nuevos insumisos cada año, sobre los debates que en muchos puntos dentro y fuera del Estado se celebran cada mes sobre la objeción de conciencia y el antimilitarismo.

Denunciar esta estrategia del control del pensamiento le ha costado a Chomsky quedar marginado por el mundo editorial y periodístico de los EEUU, excepto cuando se trata de escritos de gramática generativa. Para publicar sus trabajos de política debe recurrir a editoriales muy marginales; la grandes periódicos estadounidenses le han cerrado sus puertas .

Para la caza del insumiso vale todo; pongo un ejemplo de las nobles tácticas que emplea la policía. Un joven insumiso recibe una llamada telefónica que le informa de que su padre está muy grave aquejado de un infarto y que está ingresado en el hospital. El joven sale de casa alarmado y en la puerta del hospital es detenido por la policía acusado del grave delito de insumisión. La noticia sobre su padre era falsa. Ha habido otros casos: allanamiento de morada y agresiones a la familia de un insumiso en Getafe, detenciones ilegales, etc. Esto ocurre ahora, en 1992, en España.

El trabajo de los insumisos no es un trabajo aislado, nos concierne a todos. Hay muchas estrategias para combatir el militarismo; una medida solidaria es la autoinculpación, que consiste en que tres o cuatro ciudadanos se inculpan a sí mismos ante el juez de haber inducido a la insumisión a un joven. De esta forma el juez debe juzgar y condenar al insumiso y a los otros cuatro, lo cual le crea bastantes problemas de opinión pública, porque a veces los autoinculpados son personas conocidas de la vida pública (artistas, intelectuales, científicos, etc), y porque además el número de juicios se multiplica. Otra medida es la objeción fiscal, que consiste en que en el momento de hacer la declaración de Hacienda el contribuyente no paga la parte de sus impuestos que iría al Ministerio de Defensa, y destina ese dinero a financiar organizaciones que trabajan por la desmilitarización de la sociedad.

Para finalizar, me gustaría hablar un poco del papel de la ciencia en todo este asunto de la política militarista.

Serres escribió en 1974 un hermoso texto sobre las relaciones entre la ciencia, el poder y el militarismo. Este texto se llama «La tanatocracia», y es un capítulo de su extraordinario libro Hèrmes III, La Traduction, que, a pesar de su invitador título, aún no ha sido traducido al castellano.

En este texto, hablando del ritmo de producción de armamento que mantienen los gobiernos de los países del mundo, y del hecho de que esta producción permite que se pueda destruir varias veces la vida sobre la tierra, Serres dice:

«Sólo hay algo evidente: los locos peligrosos están ya en el poder, puesto que han construido esta posibilidad, han dispuesto los stocks, han preparado cuidadosamente la extinción total de la vida. Su psicosis no es un acceso momentáneo, sino una arquitectura racional, una lógica sin mancha, una dialéctica rigurosa. Estáis persuadidos de que hemos vivido y vivimos en la posteridad a Hitler: me parece demostrado que él ha ganado la guerra. Su propia paranoia, que no era individual, sino histórica, a vencido a todos los Estados, ha investido su política exterior, y ello sin ninguna excepción. Ni un solo jefe de Estado, hoy, se conduce de forma distinta a él, bajo el criterio de la estrategia, del armamento, de la ceguera completa sobre los fines perseguidos por medio de estos stocks. Ninguno se conduce de forma diferente a él en cuanto al giro de la ciencia hacia fines de muerte. No digo: hay locos peligrosos en el poder (uno sólo bastaría); digo: en el poder no hay más que locos peligrosos. Todos juegan al mismo juego, y esconden a la humanidad que disponen su muerte. Sin azar. Científicamente.»

Para Serres la historia de las ciencias era, hasta este siglo, un juego arriesgado, una determinación vaga, una proliferación múltiple de saberes sin un destino claro, con ciertos grados de libertad. Por supuesto había intereses, pero aún «la exploración primaba sobre la explotación» . En la actualidad las ciencias han perdido su componente histórico, la indeterminación; ésta ha sido reemplazada por los programas de investigación, que se destinan casi siempre al ministerio de la Muerte. La historia de las ciencias no tiene hoy más que este sentido: la Muerte.

«La asociación de la industria, de la ciencia y de la estrategia, una vez formada, esté donde esté, de cualquier forma que lo esté, forma metástasis rápidamente e invade el espacio.»

Serres nos recuerda que el saber está siempre cerca del poder. Los textos inaugurales de la ciencia están marcados por el instinto de muerte: Tales al pie de esas enormes tumbas que eran las pirámides, los pitagóricos condenando a muerte la geometría que divulgaba la irracionalidad de la diagonal; el verdadero momento inaugural de la racionalidad científica, el descubrimiento de la comunicación por diálogos, está inmerso en una ideología de odio del cuerpo, desprecio de la vida, que concibe la muerte como una liberación. La razón es genocida desde su nacimiento. El juicio geométrico está ubicado, desde El Menón, en una dialéctica del amo y el esclavo.

La ciencia es la comunicación óptima, es diálogo. Toda ruptura de éste arruina la racionalidad. Esta ruptura se llama secreto. Con el secreto muere la ciencia. Serres distingue tres tipos de secretos:

1. El secreto socio-político, que todos conocemos: el saber está en las manos de una clase dada. Los que están fuera de esta clase no tienen acceso a estos secretos .

2. El secreto interior a la ciencia. De disciplina a disciplina no hay comunicación, se divide el trabajo. Se crean especialistas que no pueden comunicarse con un espacio de saber vecino. Divide y vencerás. La universidad es un buen ejemplo de este afán de separación de los saberes que conduce a la ignorancia. Esto no es un accidente: es la labor esencial, estructural, de la universidad.

3. Finalmente, el conjunto de los secretos institucionalizados por los militares y los industriales. Este tipo de secreto tiene cada vez más importancia desde la 2ª Guerra Mundial. Sistemas de codificación cada vez más complejos y cada vez en menos manos. Incomunicación total, fin de la racionalidad. Circulación libre de la pulsión de muerte.

La lucha contra este despotismo criminal de la especialización y del secreto se lleva a cabo apostando por la interrelación de los saberes, por crear modelos complejos que acumulen y mezclen teorías diversas. En este sentido hay que agradecer la labor de personas como Jesús Ibáñez, que no deja de seguir la máxima de Von Foerster: «que lo que hagas aumente la complejidad del mundo».

Es agradable estar aquí, precisamente porque éste es un espacio de comunicación múltiple, no una celda de especialistas. El texto de Serres termina con una llamada recogida de Marx pero con un sentido algo distinto: «Científicos del mundo, uníos». Negaros a trabajar en los proyectos de muerte que gestionan vuestros amos.


NOTA: Jon Hartza fue juzgado por insumiso en junio de 1993, y condenado a 6 meses de prisión.

 

Fuente: http://www.hartza.com